"El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona –reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad–; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos"[1]

INTRODUCCIÓN

"La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: « La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». “[2]

OBJETIVO

Al finalizar el tema las parejas deberán conocer:

1)   Las concepciones teológicas fundamentales, sobre el matrimonio.

2)   La postura actual de la Iglesia ante la sexualidad.

3)   Que son el eros, el ágape y el zanathos en el matrimonio.

4)   La relación entre el matrimonio, la historia de la salvación y la Pascua de Cristo.

a.   Pascua Judía

b.   Pascua de Cristo

c.    Matrimonio - Pascua de Cristo

5)  La conjunción del matrimonio, iglesia y comunidad.

6)  La vida matrimonial como sacramento permanente.

7)  La realización del matrimonio por los sacramentos.

DESARROLLO

a) Los objetivos por sesión son:

Sesión 5  objetivos del 1 al 3

Sesión 6  objetivo 4

Sesión 7  objetivos del 5 al 7

b) Las citas bíblicas para cada sesión:

Sesión 5  Cant. 1,2; 3,1.

Sesión 6  Ex 6, 1-8; Ex 6, 10-11; Ex 12, 31-33; Ex 12, 5-14; Ex. 12, 15-17; Jn. 1, 29; 1Pe. 1, 18-19

Sesión 7  Rom. 12 9-13



[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1643

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 10.


Encuentro con la vida

1.3.1. Concepción sobre el sentido del Matrimonio.

A lo largo de la historia ha habido dos concepciones fundamentales que han dividido la explicación teológica del sentido del matrimonio: una más «espiritualista», que exaltaba lo espiritual del amor y marginaba lo corpóreo-sexual considerándolo como algo pura mente instrumental para la procreación (concepción que predominó en la Iglesia católica); y otra más «corporalista», que exaltaba el valor del cuerpo, del sexo y el placer, y no ponderaba suficientemente los aspectos espirituales del amor fiel, en relación con el amor de Dios a los hombres (concepción que predomina en ambientes más hedonistas y liberales).

Estas dos concepciones generales siguen de algún modo vigentes en la misma Iglesia y entre los cristianos. Bien es verdad que actualmente los jóvenes valoran de otra forma el cuerpo, la sexualidad y el erotismo en el matrimonio, y en general en la relación hombre-mujer. Nadie piensa que el matrimonio se justifica sólo por la procreación o por dar al hombre un «remedio para su concupiscencia», entre otras cosas porque esto sólo también puede de hecho lograrse sin el matrimonio. Y serán muy pocos los que crean que las relaciones matrimoniales, con el gozo y placer que suponen, deben reducirse al mínimo porque en ellas siempre se muestra una amenaza de dominio de la pasión. Gracias a Dios, estas concepciones, vigentes durante mucho tiempo en la Iglesia, han sido superadas por una más positiva comprensión de los valores integrales del encuentro entre el hombre y la mujer.

1.3.2. La sexualidad en el matrimonio.

No sólo se afirma hoy el valor positivo de la sexualidad, el erotismo, el encuentro gratificante y gozoso entre el hombre y la mujer, sino que la teología y la moral no dudan en afirmar que esta sexualidad y erotismo son parte integrante del sacramento del matrimonio, porque son parte del matrimonio mismo, porque Dios ha creado en el hombre esta realidad como algo bueno y digno, por lo que el hombre realiza la misión y vocación que el mismo Dios le ha dado.

Sin embargo, hay que reconocer que hoy tenemos inclinación a exaltar estos valores, sin tener suficientemente en mienta que hay que integrarlos con otros, para que no reviertan contra el mismo hombre; como sucede con todo el asunto de la comercialización y explotación por el sexo, el abuso y negación de la dignidad humana, la pornografía y el erotismo a la venta...

Este punto de partida nos dice que también la sexualidad y el eros deben entenderse como misterio antropológico-teológico del matrimonio. Pero esto sólo sucederá desde la fe en el misterio del amor de Dios, que es capaz de dar sentido a estas realidades, y desde la vida común en la comunidad eclesial, que hace posible la realización de estos valores sin reducirlos a puro subjetivismo.

Profundización en el sentido

1.3.3. Matrimonio, eros y ágape.

1.3.4. Eros.

Decíamos que el sacramento del matrimonio es el matrimonio mismo con toda su riqueza y variedad de aspectos. Por tanto, si el matrimonio abarca al hombre en cuanto realidad corpórea, y el cuerpo es necesariamente sexuado, y esta diferenciación sexual supone la existencia del eros, habrá que decir que tanto el cuerpo, cuanto el sexo y el eros forman parte del mismo sacramento del matrimonio, son signos de la existencia permanente de tal sacramento.

Aparte del fundamento bíblico que tiene esta afirmación en los mismos pasajes del Génesis, y sobre todo en ese extraordinario canto al amor y la expresión sexual-erótica entre la pareja al que se refiere el Cantar de los Cantares (Cant. 1,2; 3,1; 7, 13), hay que decir que la misma teología y antropología reconocen el valor positivo del «eros» en el hombre. Teniendo presente la diferenciación sexual, «eros» es esa fuerza del hombre, que arranca de la atracción de los sexos, y que nos impulsa al encuentro con el otro, como capaz de saciar nuestra tendencia. Eros incluye la complacencia en el otro, el deseo del encuentro corporal y carnal, la voluntad de acercamiento y contacto físico. En sí mismo, eros es inclinación al otro, apertura al otro, posibilidad de encuentro interpersonal, fuerza y dinamismo para la relación con la otra persona. Se trata de un punto de partida para la realización del amor reciproco y total, de un impulso bueno, positivo y digno para la vivencia humana de la sexualidad.

Y, sin embargo, no es esto todo. El eros, hay que decirlo, es una fuerza positiva, pero también un riesgo. Y es así porque está cargado de ambigüedad y de inclinación deformante. Porque, por su misma fuerza e inclinación, tiende a poseer lo que le satisface, a convertirlo en instrumento. El eros se convierte fácilmente en función devoradora del amor. Su insaciabilidad le hace aparecer como voraz. Sufre la tentación permanente del egocentrismo y el egoísmo. Pretende hacer girar todo en torno a si y sus exigencias. Fácilmente reduce el sexo a la genitalidad, y el encuentro en pura búsqueda personal de placer.

1.3.5. Ágape.

Precisamente por eso, se dice que eros necesita del «ágape», es decir, del amor verdadero. De un amor, no que mate al eros, sino que lo encauce y dé sentido, que le ofrezca el verdadero marco de realización. El «ágape» es don, oblación, comunicación personal, aceptación y solicitud no egoísta, mirada al otro sin destruirlo, ser-con y al mismo tiempo ser-para el otro. Así entendiendo el ágape es la necesidad del eros para encontrar su pleno sentido. Eros y ágape no están llamados a oponerse, sino a complementarse y ayudarse. Ambos se necesitan para que el encuentro hombre-mujer sea pleno, y ni huya o desprecie el encuentro carnal, la pasión de la unión, ni la reduzca a objeto de posesión o a meta última. En el ágape eros encuentra su pleno sentido, su reposo y su paz, su libertad y su fecundidad.

1.3.6. Eros y Ágape Divino.

Pues bien, este eros y ágape humanos del matrimonio son parte integrante del sacramento del matrimonio. Y al serlo cobran nueva dimensión, porque entonces comienzan a explicarse desde el «eros» y el «ágape» del mismo Dios, es decir, desde la «pasión» y el «amor» de Dios por los hombres. Es en el eros y el ágape de Dios, manifestado en Cristo (pasión y muerte por amor), donde encuentran su último sentido el eros y el ágape humanos. Más aún, en la fe podemos decir que el eros y el ágape humanos son una participación, una actualización del eros y el ágape divino. No hay amor verdaderamente humano y cristiano, que no encuentre su fuente en el amor de Dios. Ni hay eros que no encuentre su sentido el Eros-Pasión-Amor de Dios a los hombres.

Es precisamente en esta unión donde comprendemos también que eros y ágape están unidos a «zanathos» es decir hasta la muerte, a la renuncia y a la entrega, al sacrificio. Como lo estuvieron en Cristo. El eros y ágape encuentran su luz en la cruz, en la entrega total por el otro.


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1643

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 10.






1.3.7. Matrimonio, historia de salvación, Pascua de Cristo.

Para entender este apartado, antes debemos conocer sobre la Pascua Judía y la Pascua de Cristo.[1]

 

                                                                            Pascua Judía                                                                         

La Pascua Judía (Pésaj) es la primera y más importante fiesta del calendario judío. En ella se festeja la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto obrada por Dios a través de Moisés. En el libro del Éxodo se relata la vocación de Moisés, elegido por Dios para salvar a su pueblo. (Ex 6, 1-8). Dios envía a Moisés ante el Faraón para que deje partir a su pueblo al desierto para darle culto. (Ex 6, 10-11)

Los egipcios no permitieron a los hebreos salir de sus dominios a celebrar la fiesta, a pesar de las señales que Dios le daba al Faraón por medio de las distintas plagas.

En tiempos del faraón Ramsés II, habría tenido Moisés sus gestiones para obtener la liberación del pueblo de Israel sometido a trabajo de esclavos; reforzadas cada vez por una nueva plaga que sobrevenía a Egipto, porque el rey se negaba a concederles la libertad. Hasta que con la décima y última, la muerte de los primogénitos, el monarca ordenó en horas de la noche que los hijos de Israel abandonaran su país de inmediato. (Ex 12, 31-33).

1.3.8. El cordero como sacrificio.

La costumbre de ofrecer sacrificios a Dios, se remonta a etapas anteriores a la estancia de los hebreos en Egipto. Es mediante este acto que el hombre reconoce su dependencia de Dios.

El cordero pascual debía ser "macho" (considerado la fuente de vida), "sin defecto" (a fin de que sea aceptable a Dios), "de un año" (primicia), "lo guardaréis" (la separación del rebaño como señal de santificación).      (Ex 12, 5-14).

Con la destrucción del Templo de Jerusalén, cuando forzosamente quedó abolido el culto de sacrificios en el pueblo de Israel, dejó de celebrarse el rito del cordero pascual. Solo queda hoy un recuerdo simbólico del mismo.

1.3.9. Los panes ácimos.

 

Los panes ácimos, que también caracterizan a esta fiesta: el tiempo no alcanzó para cocer en los hornos el acostumbrado pan de cada día, sino que hubo que dejar la masa al sol para que se cociera al calor de éste. Resultaron unas galletas chatas y sin fermentar, en recuerdo de las cuales se come hasta el día de hoy.

Por lo tanto “los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto”. La Fiesta de los panes ácimos seguía a la de la Pascua (Ex. 12, 15-17).

Pero en el contorno del éxodo, el sacrificio del cordero y los panes ácimos, adquieren una nueva significación que tendrá su culmen en el sacrificio de Jesucristo por los pecados del mundo, cual Cordero sobre el ara de la Cruz.

1.3.10. Pascua de Cristo.


En aquel cordero Pascual estaba prefigurado el Cordero de Dios Inmaculado que quiso sacrificarse en la cruz y se nos ofrece por alimento en la Eucaristía.

Como el Cordero Pascual libró a los israelitas del Ángel exterminador que traía la muerte, así Jesucristo nos rescató del poder del diablo y de la muerte eterna.

De ahí que en el Nuevo Testamento Jesús sea llamado “Cordero”: (Jn. 1, 29); en otro pasaje dice:     (1 Pe. 1, 18-19).

“San Cirilo dice: el cordero se entiende, según la ley, como un sacrificio puro e inmaculado; más los cabritos son ofrecidos siempre en el altar por los pecados. Esto mismo lo encontrarás en Cristo. Pues Él era también como un sacrificio inmaculado, que se ofrece a sí mismo al Dios y Padre en olor de suavidad y que fue degollado como un cabrito por nuestros pecados.

Después de inmolado, manda untar con la sangre las puertas y el dintel de las casas; con lo cual no quiere significar otra cosa, sino el que fortifiquemos nuestra casa terrena, esto es, nuestro cuerpo, con la sangre adorable y preciosa de Cristo, apartando la muerte causada por la transgresión con la participación de la vida. Pues vida y santificación es la participación de Cristo”.

1.3.11. Banquete Pascual.                                                                                                                                

Afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Al celebrar la Última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino”.[1]

“…Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Cor.5, 7).

El matrimonio cristiano simboliza la historia de un amor personal que comenzó en la creación, alcanzó su suprema realización en Cristo, y llegará a su pleno desarrolló en la escatología. El matrimonio de dos cristianos concretos no es, pues, un acto aislado de la historia, es un eslabón más dentro de la gran cadena de la historia, que simboliza y hace presente el amor esponsal de Dios a los hombres.

1.3.12. El Amor Pascual y el amor matrimonial.

Ahora bien, este amor de Dios a los hombres ha tenido su centro y su punto culminante en Cristo, en su pasión, muerte y resurrección, en el misterio pascual. Por eso, los que se «casan en el Señor» representan y actualizan sobre todo este acontecimiento pascual, en el que se nos da la clave dé interpretación del sacramento cristiano.

· Porque es en el misterio de la muerte de Cristo en la cruz, por amor, donde vemos qué significa el eros, el amor y la muerte matrimonial.

· Porque en esta pasión y muerte encontramos la última palabra del amor verdadero, un amor que es donación y entrega, y que a pesar del sacrificio, y por medio de él, vence al ego, y abre camino a la esperanza definitiva.

· De ahí que puede decirse que el amor pascual es la verdadera gracia del sacramento del matrimonio.

·   Y que el matrimonio es como un memorial permanente de esta gracia pascual.

1.3.13. El Espíritu Santo en el matrimonio.                                                                                                 

Y porque es así, también podemos afirmar que el matrimonio supone el don del Espíritu Santo. Si el Espíritu es el don escatológico de Cristo, fruto del misterio Pascual, al ser el matrimonio actualización de este misterio, es también actualización de aquel don.

Sólo en la gracia del Espíritu pueden cumplir los esposos su misión y sus compromisos, desarrollar su unión y su amor, permanecer en la fidelidad y la entrega, ser templos del Espíritu Santo e «iglesia doméstica». El Espíritu que se nos dio en el bautismo, y por el que establecimos una alianza con Dios, se nos da también en el matrimonio, para realizar esta alianza con Dios desde la alianza matrimonial. Su fuerza y su ayuda, nos hará descubrir la presencia permanente del misterio pascual en el matrimonio, y encauzará en armonía la sexualidad, el eros, el ágape y el zanathos.

[1] https://es.catholic.net/op/articulos/17718/la-fiesta-del-pesaj-o-pascua-judia.html#modal

[2] Catecismo de la Iglesia Católica 1340







1.3.14. Matrimonio, Iglesia, comunidad.

El matrimonio es un momento privilegiado de la manifestación y edificación de la Iglesia. La Iglesia está presente en el matrimonio no tanto como instancia jurídico-canónica, cuanto como misterio de comunión. Es decir, como comunidad de acogida y ayuda, de presencia y signo de salvación, de animación e impulso para evitar todos estos aspectos señalados del matrimonio. Más aún, la Iglesia quiere estar en el matrimonio y la familia con una especial solicitud, que procede de la importancia que tienen para el mismo futuro de la Iglesia: es la solicitud que quiere animar la fe, la caridad, la unión, la edificación de los hijos, la armonía y colaboración, la presencia en el mundo desde la realidad matrimonial-familiar. Pero no sólo la Iglesia está de forma especial en el matrimonio. También el matrimonio debe estar de forma especial en la Iglesia, según lo que le corresponde. 

1.3.15. Familia Iglesia doméstica.

En efecto, el matrimonio, por ser una realidad a-dos, una comunidad interhumana, representa de forma especial a la Iglesia, es signo más elocuente de su verdad, su amor y su unidad. En el matrimonio cristiano, aparece, se compromete, se realiza la Iglesia. Por eso precisamente, el Vaticano II no tuvo dificultad en recordar (recogiendo una expresión patrística), que el matrimonio-familia es una «ecclesia doméstica», una iglesia en pequeño; «En esta especie de iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno».  Esta comparación y verdad supone: que la familia tiene unas tareas semejantes a la Iglesia:

· engendrar y educar a los hijos, en la fe;

· iniciarlos a la Palabra, a la oración y a la caridad;

· aparecer como sacramento de salvación ante el mundo;

· guardar la unidad y la caridad interna"...

Por lo tanto, el matrimonio-familia, deben de expresar de forma peculiar su compromiso con la comunidad cristiana a la que pertenecen. Y sólo en el interior de tal comunidad será posible el cumplimiento de su misión en plenitud. No como miembros solitarios, sino como miembros solidarios.

Aplicación a la celebración y la vida

1.3.16. La vida matrimonial como sacramento permanente.

El matrimonio tiene una «estructura de alianza». Esto quiere decir que debe realizarse al modo de la alianza de Dios con su pueblo: es decir, en continuo perfeccionamiento y dinamismo. El matrimonio es un sacramento especial, porque permanece como signo incluso después de haber sido celebrado en la Iglesia. Esta permanencia, es decir, este ser y estar del hombre para la mujer y viceversa en un compromiso y donación permanente, expresados de múltiples maneras, no es, sin embargo, algo que haya llegado a su perfección plena.

El matrimonio siempre está en deuda consigo mismo. Siempre hay que estar renovando el compromiso del amor, para que el amor no perezca. Siempre hay que revivirla promesa de fidelidad, para que no se, convierta en infidelidad.

El matrimonio es una aventura que debe descubrirse y realizarse cada día, superando hoy el fracaso de ayer, incrementando mañana la felicidad de hoy. Por todo ello puede decirse que es en verdad un «sacramento permanente».

1.3.17. La realización del matrimonio por los sacramentos.

En continuidad con lo anterior, tenemos que preguntarnos: 

¿Cómo se logra esta renovación permanente del matrimonial?

¿Cómo se alcanza esta fe renovada, este compromiso y fidelidad que no disminuye?

Evidentemente, con la autenticidad de la vida, con los mil detalles de la entrega, el amor, la comprensión del otro, la solicitud y la convivencia (Rom. 12, 9-13). Pero también de forma especial con la participación común en los sacramentos de la Iglesia.

Los padres cristianos ven jalonada su vida (cuando tienen hijos) por los sacramentos que piden y quieren para sus hijos o que animan a sus hijos a pedir por si mismos: bautismo, primera eucaristía, confirmación, matrimonio. Si cada vez que un hijo celebra uno de estos sacramentos, los padres supieran renovar su fe bautismal-matrimonial y pudieran revisar sus compromisos y alegarse de éste gran don de Dios. ¿No sería esto una excelente ocasión de permanecer en la verdad sacramental de su matrimonio?

Más aún, los padres, además de orar juntos, deben pedirse perdón juntos o celebrar juntos la penitencia, sabiendo reconciliarse y comenzar siempre el camino matrimonial. Y sobre todo, los padres pueden y deben participar en la eucaristía juntos, con la conciencia de que en ella se actualiza el misterio de la nueva alianzas y ellos son llamados a ser signos vivientes cada día de esta alianza renovada en sus vidas.

 





ORACIÓN Y MEDITACIÓN 

«Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu... El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún por su misma generosa actividad crece se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho, la inclinación puramente erótica que por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente». 

(Vaticano II, Gaudium el Spes, n. 49).


«Realmente es justo y necesario... darte gracias... Porque al hombre, creado por tu bondad, lo dignificaste tanto, que has dejado la imagen de tu propio amor en la unión del "varón y la mujer.

Y al que creaste por amor y al amor llamas, le concedes participar en tu amor eterno. Y así, el sacramento de estos desposorios, signo de tu caridad, consagra el amor humano:

Por Jesucristo, Nuestro Señor.

(Prefacio del Ritual de matrimonio, n. 112).                  (Ritual del matrimonio, n. 185)