Los compromisos cristianos del matrimonio

"El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, así como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad". "[1]

INTRODUCCIÓN

"Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo» ..."[2]

OBJETIVO

Al finalizar el tema se habrá identificado:

1) La realidad actual sobre la indisolubilidad.

2) La voluntad de Dios ante la unión indisoluble.

3) La exigencia de la sacramentalidad del matrimonio.

4) La indisolubilidad como ideal.

5) El amor de la comunidad con los «fracasados en el amor»

DESARROLLO

a) Los objetivos del tema se alcanzarán:

Sesión 8  objetivos del 1 al 5

b) Las citas bíblicas para cada sesión:

Sesión 8  Gén. 2, 24; Mc. 10,1-12; Mt. 19, 1-9


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1646

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 10.


1.4.1. Los compromisos del matrimonio.

El matrimonio de cualquier hombre, como el del cristiano, comporta una serie de compromisos ineludibles: atención y cuidado por el otro, correspondencia y fidelidad, responsabilidad paterna y educación de los hijos... Pero el matrimonio cristiano, implica y pide unos compromisos bien definidos:

· La unicidad                (matrimonio monogámico)

· La indisolubilidad      (permanencia del vínculo que no puede ser disuelto)

· La fructuosidad        (aceptación de los hijos fruto del matrimonio).

 

En ocasiones, dentro del matrimonio cristiano se llega a comparar éstos tres compromisos, con los tres clavos con que fue crucificado Cristo en la cruz.

Sin embargo, los matrimonios los encuentran tan pesados, tan dolorosos, tan difíciles; que prefieren extirparlos de sus vidas y arrojarlos tan lejos como puedan. Para tomar las decisiones en relación de la unicidad, indisolubilidad y fructuosidad, como mejor le plazca, sin tener en cuenta en lo más mínimo a Dios en sus vidas. 

1.4.2. La indisolubilidad.

Entre todos estos compromisos, el que más «conflicto y discusión» plantea hoy, el que verdaderamente ha venido a convertirse en problemático para muchos es el de la «indisolubilidad». En una cultura occidental (que no en una oriental o africana) el matrimonio monogámico no origina problemas, lo que quizás los origina es el llamado «matrimonio sucesivo» (casamiento diversas veces). Tampoco suele ser hoy gran problema el número de hijos que se tiene, debido a que el llamado «control de natalidad» es una cuestión aceptada, y la Iglesia admite también diversidad de métodos válidos para ello, siempre que no contradigan el aprecio y el respeto por la misma generación y sus procesas, y no supongan actitudes egoístas (asunto de la «paternidad» responsable).

1.4.3.  Fidelidad para siempre.

La indisolubilidad es objeto de incomprensión y discusión para muchos. En una sociedad cambiante como la nuestra, no se concibe fácilmente el compromiso de «fidelidad para siempre». Muchos jóvenes sienten realmente miedo ante esta promesa, e incluso hay quienes, dadas las condiciones de vida y mentalidad, no se atreven a formularla y asumirla consecuentemente. Se piensa, por otro lado, en la posibilidad de fracaso del matrimonio, en la experiencia de muchos matrimonios que han sucumbido, y cuya vida, lejos de ser una realización, ha sido destrucción y frustración.

1.4.4.  Porque separarse.

Se aboga por el derecho y la libertad de decidir, sin «interferencias de la Iglesias, sobre el futuro de una convivencia cuyos resultados no se pueden prever. Se dice también que es mejor para los hijos, llegado el caso de verdadero fracaso). Conflicto irreparable, el que los esposos se separen y reconstruyan su vida incluso volviéndose a casar... Si a esto añadimos que el divorcio es reconocido y regulado por la mayoría de las legislaciones civiles de los estados, comprenderemos que el ambiente no es precisamente favorable a aceptar y vivir con gozo positivo la unidad y fidelidad matrimonial desde la promesa de...un para-siempre.

Hay muchos cristianos que confunden, no obstante, lo que es simple «separación» con «divorcio». La Iglesia reconoce, llegada una determinada situación: la posibilidad de separación de los cónyuges, manteniéndose el vínculo matrimonial presente.

1.4.5. La unión indisoluble, una voluntad de Dios expresada en la Escritura.

Ya en el Génesis aparece claramente expresada la voluntad de Dios Creador sobre la unidad y fidelidad a la que está destinado el matrimonio. Cuando afirma que: (Ge. 2, 24), no se refiere, como sabemos, a una unidad externa y temporal, sino a una unidad interna, total y duradera, que es la única posibilidad para llegar a ser una sola «persona», un sólo «corazón», una sola «carne», alcanzando una intimidad de comunión tal, que reclama, por su propia naturaleza, la perdurabilidad, la estabilidad, la indisolubilidad.

En el Nuevo Testamento, según se deduce del examen de los textos referentes al divorcio, Jesús defiende la indisolubilidad del matrimonio, revirtiendo al ideal querido por Dios en la creación, recuperando la primitiva y genuina pureza de los orígenes («al principio no fue así»), situando el tema por encima de la casuística la ley y de las discusiones de escuela (Mc. 10,1-12; Mt. 19, 1-9). Al entender y plantear así el tema de la indisolubilidad y del divorcio Jesús está diciendo, que aquello que el matrimonio tiene de indisoluble, lo tiene por su misma naturaleza, desde su realidad creatural, por voluntad de Dios creador. En sí, Jesús no añade razones nuevas de indisolubilidad, pero desvela, aclara las razones existentes y, al asumirlas y defenderlas, manifiesta su «positiva voluntad» al respecto: «pero yo os digo... lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Por tanto, Jesús defiende la indisolubilidad original, proponiéndola como un «ideal» encarnado, que han de realizarlo personas limitadas y concretas, sometidas si a la gracia, pero también a la debilidad de la carne, en una condición humana mortal. Así se explicará el que la primera Iglesia (Marcos, Mateo, Lucas, Pablo), aun manteniendo siempre el ideal, supo aplicarlo a las circunstancias concretas, y admitió excepciones en algunos casos extraordinarios (la famosa «porneia» y el llamado «privilegio paulino»). La fuerza de las situaciones, la atención a la de debilidad humana, el principio de la misericordia fueron en la Iglesia primera principios que se pusieron igualmente en práctica. De ello siempre tiene que aprender la Iglesia...

1.4.6. La exigencia de la sacramentalidad del matrimonio.

La indisolubilidad se ha explicado siempre, de una u otra manera, en relación con la sacramentalidad del matrimonio. Sin embargo, la forma de explicar esta conexión ha sido diversa entre los autores. El argumento fundamental es éste: Si el matrimonio es símbolo real y eficaz del amor de Cristo a la Iglesia, de la alianza pascual; y si este amor y alianza son fidelísimos e irrevocables, porque Cristo no se vuelve atrás ni fracasa en su amor: esto quiere decir que el matrimonio cristiano también está llamado a ser un amor fidelísimo y una alianza irrevocable.

 

1.4.7. Unión esponsal Cristo-Iglesia y marido y mujer.

Entre la unión esponsal Cristo-Iglesia y la unión matrimonial marido-mujer se establece una relación real-sacramental, que es origen y fundamento de las mismas características o cualidades del matrimonio cristiano: unicidad, indisolubilidad. La indisolubilidad es así algo intrínseca al mismo matrimonio cristiano, por su contenido y sentido salvífico-mistérico; es la forma original de realizar la sacramentalidad, significando eficazmente la unión fiel y la entrega amorosa y definitiva de Cristo a su Iglesia. La razón de la indisolubilidad del matrimonio está, por tanto; además de en el mismo contenido del amor, y en la voluntad expresa de Dios, en su calidad sacramental.

Por eso mismo, hay que decir que la alianza matrimonial es en sí un compromiso personal, pero con carácter supra-personal, en cuanto que representa una realidad que le supera, y en cuanto la mutua y total fidelidad, ya no es algo que afecta exclusivamente a los cónyuges, sino a la misma Iglesia, a la fidelidad de Cristo a la Iglesia que por ellos se representa. La infidelidad o ruptura matrimonial es el fracaso de la misma verdad del símbolo matrimonial (en unas personas concretas) en cuanto significante de la fidelidad de Cristo a la Iglesia. Y todo ello, por la verdad sacramental del matrimonio.

Aplicación a celebración y la vida

 1.4.8.  Entre el ideal y la realidad.

No se puede dudar que la indisolubilidad tiene unos fundamentos indiscutibles en cuanto hemos dicho anteriormente. Constituye un «ideal» irrenunciable, por el que todo cristiano debe luchar con todas sus fuerzas. Lo mismo que el cristiano debe esforzarse sin respiro por cumplir las bienaventuranzas, el amor fraterno, el seguimiento de Cristo, así también debe empeñarse día tras día en vivir la fidelidad matrimonial. Hay, sin embargo, una diferencia de «ideales», en cuanto que el de la fidelidad y unión matrimonial implica un compromiso explicitado junto con el otro cónyuge, en orden a una tarea común, y constituye un elemento básico del matrimonio. No se trata de distinguir entre ideales más importantes o menos importantes. Probablemente para un cristiano el más importante es el de las bienaventuranzas. Se trata de que este ideal concreto de la unidad matrimonial es algo que se formula a-dos explícitamente en la alianza matrimonial. Y ello debe urgir de forma especial.

El matrimonio cristiano no se libra por el hecho de este compromiso de sus dificultades. Sabemos que el matrimonio tiene momentos de prueba y de dureza. Pero quien tiene fe debe saber que cuenta con la gracia y la ayuda de Dios. Sólo desde una confianza en que el amor fiel de Cristo y de la Iglesia sea la fuerza para la fidelidad en el amor matrimonial, se llegará a vivir esta realidad, no con agobio y disgusto, cual carga pesada de una ley, sino con el gozo de estar expresando y realizando el amor más grande que existir pueda. La fidelidad en el amor no es una des-gracia, es una gracia de la que los esposos cristianos deben estar agradecidos. Siempre tendremos que decir que la realidad está lejos del ideal. Lo malo es cuando se llega a decir que esta realidad ya no tiene nada que ver con el ideal, porque se ha renunciado a él. El fracaso no consiste en decir «todavía no», sino en afirmar «ya nunca jamás».

1.4.9. Amor de la comunidad con los «fracasados en el amor».

Por desgracia a veces sucede que el amor comprometido viene a ser un amor fracasado, es decir, una vida rota, irreparablemente dividida. Suceden dos casos extremos:

 El de los «separados y divorciados no casados de nuevo»

 El de los «divorciados casados de nuevo»

Al margen de la situación legal que esto pueda plantear, hay una cuestión que debe preocuparnos: ¿cuál es la actitud que la comunidad o el grupo cristiano debe tomar ante estas situaciones o casos?

1.4.10.  Amor de la comunidad con los fracasados en el amor.

La comunidad tiene un principio irrenunciable, cualquiera sea la situación, que es:

Desde luego, es preciso distinguir situaciones, como afirma la Familiaris Consortio: «hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónico válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vistas a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido».

1.4.11.  La Iglesia ante los divorciados.

Cualquiera sea la situación, el mismo Papa Juan Pablo II dice: «exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solicita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorta a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana...» (n. 84).

 


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1646

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 10.




 

ORACIÓN Y MEDITACIÓN 

«La comunión conyugal se caracteriza no sólo por su unidad, sino también por su indisolubilidad... Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdadera última razón en el designio que Dios ha manifestado en su revelación: él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia».

(Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 20).

 

«El Señor, que hizo nacer en nosotros el amor, confirme este consentimiento mutuo, que hemos manifestado ante la Iglesia. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». «Recibe en tu bondad, Señor, los dones que te presentamos con alegría, y guarda con amor de padre a quienes has unido en la alianza sacramental».

(Adaptación del Ritual del matrimonio, nn. 95 y 101). (Ritual del matrimonio, n. 185)