“La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges, así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento.”[1]

INTRODUCCIÓN

“Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete». “[2]

OBJETIVO

Al finalizar el tema las parejas deberán comprender, sobre:

1) Que es un sacramento, cuántos sacramentos existen y a qué están ordenados.

2) Porqué el sacramento del matrimonio es un sacramento distinto.

3) Porqué el casarse es fundamental para la experiencia de gracia.

4) Porqué el matrimonio cristiano, es una nueva forma de amar.

5) Cómo llegar a creer en el misterio del matrimonio.

6) No tratar de encerrar la experiencia y gracia de Dios.

DESARROLLO

a) Los objetivos se lograrán, como sigue:

Sesión 3  objetivos del 1 al 3

Sesión 4  objetivos del 4 al 6

b) Las citas bíblicas para cada sesión:

Sesión 4 Jn 2, 1-11; Mt. 22, 1-14; Mt. 9, 14-15; Mt. 25, 1-13; Ap. 21, 9; Ap. 19, 7; Mc. 10,1-11; Lc. 16,18; 1Co. 7,10-12; Mt. 5,3; Mt. 1, 32; Mt. 19, 3-9



[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1660

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 3.


Encuentro con la vida

1.2.1. El matrimonio y la secularización.

Todo el mundo acepta con facilidad, porque es un hecho de experiencia, que el matrimonio es «una realidad humana». Pero no todos aceptan o comprenden que el matrimonio sea un «sacramento cristiano». ¿Es que necesita el matrimonio ser sacramento para tener sentido? ¿Qué añade el sacramento al matrimonio, que no tenga éste por sí mismo? ¿Qué es lo propio y específico del matrimonio cristiano? Estas y otras preguntas son lógicas y normales.

Más aún, en los últimos años, debido quizás a la incidencia de la secularización en la vida cristiana, y la valoración de todo lo humano, no son pocos los creyentes que contestan o no comprenden, o incluso no aceptan la forma como hoy presenta y vive la Iglesia el sacramento del matrimonio. Para muchos el matrimonio padece una verdadera crisis de identidad, por las siguientes razones:

1. porque se contestan los valores transmitidos y heredados de la tradición cristiana;

2. porque muchos miembros de la Iglesia tienen dificultad en identificarse con la moral, la enseñanza, las cualidades del matrimonio tal como las entiende y explica la Iglesia;

3. porque se da un rechazo positivo, por parte de muchos miembros, de la misma institución, configuración canónico-eclesiástica y forma de celebrar el matrimonio, tal como lo propone la Iglesia;

4. porque en muchos aspectos se percibe un desfase entre la teología y el derecho, entre la teoría y la realidad, entre los datos de las ciencias humanas y las exigencias de la moral eclesial, entre lo que la celebración expresa y lo que la situación vital supone.

1.2.2. Esencia de la concepción matrimonial.

Sin duda, hay que reconocer en muchos aspectos la verdad de esta crítica. La Iglesia no puede permanecer atada a modelos culturales, o a «morales» que sólo expresan una mentalidad de un momento histórico.

Pero también es cierto que la Iglesia no puede renunciar a lo que es la esencia de su concepción matrimonial. Y uno de los elementos de esta «esencia» es que el matrimonio, para los cristianos bautizados creyentes es un sacramento, es decir, es una realidad humana que remite, apunta, significa y expresa y realiza algo más que lo que aparece y se ve: nada más y nada menos que el mismo amor de Dios a los hombres, expresado en el amor de Cristo a su Iglesia. Pero, ¿cómo se explica todo esto?

1.2.3. Matrimonio cristiano, un Sacramento.

1.2.4. Que son los Sacramento.

Sacramento:

Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina.[1]

Ordenamiento:

"Los sacramentos están ordenados

1) a la santificación de los hombres.

2) a la edificación del Cuerpo de Cristo.

3) a dar culto a Dios, pero, como signos, también tienen un fin instructivo.

No sólo suponen la fe, también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe"[2]



[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1131

[2] Catecismo de la Iglesia Católica 1123


1.2.5. Los Sacramento de la Fe.


 

Profundización en el sentido

1.2.6. El matrimonio, «un sacramento distinto»

El matrimonio es ciertamente un sacramento, porque tiene las mismas características de todos los sacramentos de la Iglesia: ha sido elevado a sacramento por Cristo, es un signo externo en sí mismo, significa y comunica la gracia haciendo presente el misterio del amor de Cristo a la Iglesia... Pero, aun siendo esto cierto, realiza todos los elementos de modo «distinto» a los demás sacramentos, por ejemplo, la eucaristía.

 Esta semejanza y diferencia es lo que llamamos «analogía». Y en este caso la analogía se muestra en los siguientes datos, que hay que tener en cuenta.

1.2.7.  Respecto a la «institución» en el matrimonio decimos que Cristo lo ha instituido, pero de forma original, porque en si ya fue «instituido» en la creación, y entonces lo que ha hecho Cristo es «elevado» a sacramento. ¿Cómo? Dándole su pleno sentido, haciéndolo signo de un amor que se ha manifestado y realizado en su ministerio pascual.

1.2.8. En cuanto «signo externo», el matrimonio también es especial: no tiene una materialidad sensible como signo, tal como sucede por ejemplo con el pan y el vino de la eucaristía. El signo verdadero del matrimonio es la misma realidad humana del hombre y la mujer expresándose su amor y compromiso, con las palabras, el consentimiento, los anillos, las arras...

1.2.9.  Sobre el «ministro» del sacramento, decimos normalmente que es el sacerdote, y por eso la eucaristía por ejemplo sólo puede presidirla él. En cambio, en el matrimonio afirma la tradición occidental que «los ministros» son los mismos esposos, porque son ellos los que dándose y recibiéndose mutuamente, se administran el sacramento, ante el testigo cualificado del sacerdote, como vínculo de unión con la Iglesia y de representación del mismo Cristo.

1.2.10.  Y también acerca de la «gracia sacramental» puede afirmarse que se realiza originalmente. Pues, en otros sacramentos el sujeto es individual, y en cambio aquí el sujeto es un «a-dos» al que afecta la gracia, creando un vínculo unitivo, siendo en si misma gracia esponsalicia unitiva.

1.2.11. Más aún, respecto a la «permanencia» del mismo sacramento también es original el matrimonio, ya que en otros casos el sacramento dura lo que dura la celebración (otra cosa será sus compromisos), y en cambio en el matrimonio decimos que es un «sacramento permanente», porque dura siempre, mientras dura el amor expresado en los signos matrimoniales de la vida. Por eso, el matrimonio es fuente de santificación permanente, y los esposos están llamados a santificarse el uno al otro.



[1] Catecismo de la Iglesia Católica 1660

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, extracto del numeral 3.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica 1131

[4] Catecismo de la Iglesia Católica 1123





1.2.12. Casarse, una situación fundamental para la experiencia de gracia.

El casarse es una situación fundamental de la vida humana, que los hombres de todas las épocas y pueblos han llenado de solemnidad y de fiesta, de ceremonias y ritos. A veces, da la impresión de que todo queda reducido a folklore y exterioridad, a acto social y externo. Sin embargo, cuando alguien vive en sinceridad este acontecimiento, algo importante sucede en su vida, que la conmueve desde lo más profundo del ser.

No, casarse no es nunca un acto vulgar, ni un simple protocolo que deja «neutrales» a los sujetos que se casan. Es, más bien, un acontecimiento de tal densidad, que provoca al hombre una experiencia, difusa o consciente, de gracia y de gozo. ¿Cómo se explica esto?

1.2.13. La experiencia al vivir el matrimonio.

a. Porque se trata de une situación que se vive como algo grande y hermoso, que comporta contento y felicidad, desde la experiencia del amor. Y esto lleva a preguntarse sobre cl «porqué de esta grandeza y alegría que nos supera».

b. Porque es una situación que nos enfrenta con nuestro misterio más profundo, y suscita la pregunta: ¿Quién soy yo para vivir esto? ¿Quién es y quién vendrá a ser el otro para mí? ¿Cómo salvar las amenazas y los riesgos del amor?

c. Porque es una situación que nos obliga a recapitular nuestra existencia o nuestra historia: pasado revisable, presente decisivo, futuro desconocido. Todo se ve con nuevos ojos. Y sobre todo, es ahora cuando se siente la fuerza del futuro, lleno de ilusiones, pero también incierto.

d. Porque, justamente esta situación, el hombre la vive desde un compromiso de la libertad, desde un «para siempre», que no deja de ser una apelación muy seria a la responsabilidad respecto a si y respecto al otro: Se trata de una decisión que ciertamente marca e impacta la propia vida.

e. Porque el matrimonio es comienzo de un nuevo tipo de relación, respecto a si mismo (que viene a comprenderse de forma nueva), respecto a los demás (mujer e hijos, con los que tendrá que contar de modo especial, como algo «suyo»), y respecto a Dios (ante quien sólo puede estar y orar desde la anterior responsabilidad).

1.2.14. Decisión fundamental del matrimonio.

Pues bien, esta situación, de la que se es consciente más o menos explícitamente, es un verdadero «lugar» para la experiencia de gracia. En efecto, cuando uno la vive desde la sinceridad profunda que no se cierra sobre la riqueza que entraña, se ve como sobrecogido y embargado por la grandeza de un misterio que no sabe describir con palabras. Y este misterio, que siente indeciblemente, es la presencia de Dios. Cuando uno se entrega a la aventura matrimonial con toda el alma, aceptando al otro como el «rostro indigente y amable», y arrastrando la imprevisibilidad del futuro, con plena confianza y apertura a la vida que se le ofrece, también entonces hace experiencia de algo inexplicable y grande, de algo que se le impone y le llena. Y esto es la presencia graciosa y maravillosa de Dios. Esto es la gracia.

1.1.15. El matrimonio cristiano, una nueva forma de amar.

Los cristianos no hemos inventado ni el matrimonio ni el amor. Los cristianos se casan y aman como todos los demás hombres. Pero entienden su matrimonio y su amor de una forma nueva, porque la viven desde unas referencias y un sentido que, sin negar nada de la riqueza humana, lo hace portador de una riqueza divina. Y esto es así, sencillamente en Cristo y desde Cristo.

No es que Cristo formulara en el evangelio una «tesis» sobre el matrimonio. Al contrario, el Nuevo Testamento habla relativamente poco del matrimonio. Pero si lo suficiente como para comprender el valor y sentido que le ha dado Cristo, con sus palabras y signos, y sobre todo con su muerte y resurrección.

1.2.16. Jesús y el valor del acontecimiento matrimonial.

 En primer lugar, Jesús reconoce el valor del acontecimiento matrimonial en el primer momento de su vida pública: participando en las «bodas de Caná»  

(Jn. 2, 1-11).

1.2.17. Jesús y la imagen matrimonial.

 Jesús hereda la imagen matrimonial o esponsalicia: Y lo hace así aceptando el simbolismo profético, que llama esposo a Yavé y esposa a su pueblo.

(Mt. 22, 1-14). (Mt. 9, 14-15).

(Mt. 25, 1-13). (Ap. 21, 9), (Ap. 19, 7)

1.2.18. Jesús y la indisolubilidad del matrimonial.

 Jesús defiende la indisolubilidad del matrimonio: Y la defiende porque defiende la voluntad originaria de Dios: «al principio no fue así»; porque defiende la igualdad del hombre y la mujer, saliendo al paso de la ley que permitía el «repudio» y abandono de la misma; lo defiende porque piensa que por encima de la ley está el plan de Dios sobre el mismo matrimonio: «serán una sola carne».

(Mc. 10,1-11). (Lc. 16,18).

(1Co. 7,10-12). (Mt. 5,3). (Mt. 1, 32). (Mt. 19, 3-9) 

1.2.19. Jesús y el Misterio Pascual.

Aunque Jesús no se casó, puede decirse que vivió sobre todo en este momento la situación matrimonial, una situación de gozo y de apuro, que Jesús convierte en situación de alegría y gracia, en situación mesiánica y «sacramental», que indica cómo la verdadera abundancia, alegría y fiesta está en Dios.

Jesús viene a asumir la figura del «esposo», y según esto se entiende la parábola de los «invitados a las bodas». La explicación de por qué los discípulos no ayunan mientras el esposo está con ellos. La parábola de las diez vírgenes», y las bodas escatológicas de que habla el Apocalipsis. No es que Jesús dé una ley absoluta, pero si propone un absoluto ideal, que el cristiano debe empeñarse en cumplir con todas sus fuerzas. Y, si viniera el irreversible fracaso, también Jesús muestra la misericordia.

Pues bien, a partir de esta actitud de Jesús, y sobre todo de su entrega, de su alianza y pacto, de su amor y su unidad manifestados en el misterio pascual, en relación con la humanidad y con la Iglesia, se comprende la explicitación que de este misterio hace San Pablo:

«Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella... Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.

Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia »

(Ef 5,25-30).

En este texto, Pablo está poniendo en relación:

1.2.20.El misterio del matrimonial.

El misterio consiste en la referencia y origen de estos «matrimonios». El matrimonio está llamado a ser una actualización, una representación del matrimonio de amor de Cristo y la Iglesia, de la unión definitiva de Cristo con la Iglesia.

Por eso, el matrimonio cristiano puede considerarse como verdadero símbolo sacramental, que remite y realiza, en sí, la realidad simbolizada. No se trata de un símbolo que nos lleve sólo a un mejor conocimiento de la realidad que simboliza, sino de un símbolo que realiza lo que significa, que lo hace presente.

Esto quiere decir:

 Que cuando el matrimonio se celebra en la fe, hay una realización del amor de Dios especial en esa pareja.

 Que cuando marido y mujer se aman en la totalidad de su ser, están expresando el mismo amor de Dios, están recordándose lo grande que es el amor de Dios con los hombres, y con ellos en especial.

En esto consiste la grandeza y el misterio del matrimonio cristiano: en que tiene un «plus» de sentido, un contenido de verdad; una dimensión única e inefable: la que procede del amor de Dios a los hombres, realizado en cristo, y perpetuado en la alianza con su Iglesia, que se hace presente en la alianza matrimonial.

Aplicación a la celebración y la vida

1.2.21. Creer en el misterio del matrimonio.

El misterio es grande, inabarcable en nuestras pobres categorías. Sólo puede vivirlo quien, además de ser un bautizado, es un creyente. La fe es esencial en y para el sacramento del matrimonio, porque sólo por la fe se desvela lo oculto, se comprende el sentido, se hace transparente el signo, sobrecoge y nos hace gozarnos el misterio.

Por desgracia, no todos los que se casan por la Iglesia tienen esta fe que los lleve a celebrar el sacramento en plenitud. Es cierto que hay una voluntad de casarse según lo quiere la Iglesia, pero sólo esto no es la fe que pide la misma Iglesia para que el matrimonio sea ese signo consciente, transparente del amor de Dios.

1.2.22. No «encerrar» la experiencia y la gracia de Dios.

Tendemos a pensar que la gracia de Dios sólo es para los cristianos, y que sólo el matrimonio cristiano tiene la fuerza de sacramento. Pero, en realidad, hay que decir que el matrimonio es algo común a todos los hombres, sean o no cristianos. Y que, por tanto, por el hecho de serlo, cualquier matrimonio tiene una cierta «virtud» sacramental o simbólica (se simboliza el amor mutuo, el universal, la trascendencia quizás...). Y, si esto es así, si todos los que se casan están llamados a vivir la situación antes descrita, también pueden hacer todos, experiencia de gracia, y pueden sentir en esta situación la llamada del Absoluto, aunque no lleguen a llamarle «Dios de Jesucristo». Y, cuando esto se da con sinceridad y verdad, también habrá que decir que Dios está presente y les da su gracia, y en ellos (implícitamente) se está realizando el misterio del amor a los hombres.

Los cristianos no acaparamos la gracia de Dios. El hecho de haberse casado por la Iglesia no es título para una donación «automática» de la gracia. Muchos que no se casan o están casados por la Iglesia, pueden ser más sinceros y vivir mejor su matrimonio que los cristianos: ¿Les negará dios su amor y su gracia?

 



ORACIÓN Y MEDITACIÓN

 «...dada su condición de miembros de Cristo, que no se pertenecen a sí mismo sino al Señor, los esposos cristianos se entregan y reciben mutuamente, como don del mismo Cristo, que sale al encuentro de los mismos y actúa en ellos y a través de ellos. Y así por ese sacramento, imbuidos del Espíritu de Cristo, su amor conyugal es asumido por el amor divino, están fortificados y como consagrados para cumplir su misión conyugal familiar, y llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal, a su mutua santificación, y por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios...     El sacramento del matrimonio... presupone la madurez de la fe y de la vida cristiana, alimentada por la Palabra de Dios, sellada por los, sacramentos que completan la iniciación cristiana.[1]                    

«Concédenos, Señor, la mutua concordia en el temor, y la misma bondad en el amor.

Amén.

Que nos amemos, y no nos apartemos de Ti.

Amén.

Que de tal modo realicemos el débito conyugal, que no nos olvidemos de Ti.

Amén.

Que no vivamos al margen de Ti, sino que te agrademos permaneciendo en la fe.

Amén».[2]

 

(Ritual del matrimonio, n. 185)


[1] Ritual Prenotandos, n.n. 5-6.

[2] Adaptación, M. Ferontin, Liber Orditzum. Supplemetztum, col. 438.